Por José Saramago (escritor portugués)
ÁFRICA 12 de Agosto de 1998, publicado en el diario El Mundo.
Tengo ante mí dos instantáneas fotográficas, de ésas que los medios de comunicación social clasifican inmediatamente como "históricas", sin darse el trabajo de esperar a que la Historia dé su opinión. Una fue captada en mayo de 1995 y muestra el abrazo "fraternal" que unió en Lusaka al presidente de la República de Angola, José Eduardo Santos y a Jonas Savimbi, presidente de la UNITA (Unión para la Independencia Total de Angola). La segunda instantánea, obtenida a bordo de una fragata portuguesa, tiene menos de tres semanas y no es tan expansiva en demostraciones afectivas: se contenta con registrar el frío apretón de manos que selló la firma del acuerdo de tregua entre el Gobierno de Guinea-Bissau y la fracción militar insurrecta. El tiempo mostró pronto que el abrazo de Lusaka, desgraciadamente, no había abierto el camino para la paz en Angola. El tiempo también mostrará si el desconfiado apretón de manos en el camarote del comandante llegará a valer más que el abrazo.
No es imprescindible que se haya nacido con una visión especialmente aguda para distinguir lo que se encuentra en el reducido espacio que separa a los dos hombres que se abrazan y a los dos hombres que se aprietan las manos: son muertos, muertos, montones de muertos, centenares en el caso de Guinea-Bissau, muchos miles en el caso de Angola. Siempre fue así. La paz necesita tanto de los muertos como la guerra que los hizo. Los abrazos de conciliación se intercambian en lo alto de una pirámide de cadáveres, los apretones de manos sobre un río de sangre. La guerra es el absurdo que se ha hecho cotidiano, la paz no resucita a nadie. Sobrevivientes de las masacres, de los saqueos y de las humillaciones infligidas por el colonialismo viejo, mozambiqueños, angoleños, guineanos, y con ellos Africa toda, prosiguieron con sus propios medios, cada vez más eficaces, el trabajo de la muerte, preparando, muchos sabiendo bien lo que hacen, el campo donde mañana se instalarán, con las manos libres y la impunidad garantizada por las múltiples complicidades del crimen, las formas nuevas de explotación que ya esperan la hora de avanzar. Mientras tanto, Africa -la Africa donde nació la Humanidad- se deshace en sangre y vísceras desparramadas, se consume de hambre y de miseria extrema, se pudre de abandono, ante la impaciencia mal disimulada del mundo que seguimos llamando "culto" y "civilizado". Todo pasa como si estuviéramos esperando que la guerra, el hambre y las epidemias acaben de una vez por todas con los pueblos africanos, como si estuviéramos esperando que limpien el terreno de esos incómodos millones de niños famélicos cuya última agonía las televisiones distribuyen a domicilio, a la hora de cenar.
Africa, sin embargo, ya no cabe en Africa, ya no se resigna a morir en Africa. Está en marcha lo que será, probablemente, una de las mayores migraciones de la Historia humana. Olas ininterrumpidas de africanos sin trabajo y sin esperanza de conseguirlo en la tierra que es suya, se mueven en direc
